Hernán Cortés, el conquistador que supo forjar su imagen de héroe (2024)

Hernán Cortés, el conquistador de México, eraun hombre con muchas facetas. Para unos fue un genio; para otros, sobre todo en México, un demonio. En realidad, Cortés fue un hombre de carne y hueso enraizado en su época, al que le tocó protagonizar un momento histórico clave. Es cierto que tuvo su leyenda negra y su realidad oscura, pero ha quedado, cuando se le compara con otros coetáneos –en especial con Francisco Pizarro–, como el más atractivo de los conquistadores. Acaso ello se deba a su capacidad de seducción, su innata persuasión, un don carismático que le permitió liderar hombres, pactar con enemigos y emprender un sinfín de empresas, casi todas fracasadas. Aunque, sin duda, también se explica porque Cortés fue un excelente propagandista de sí mismo.

Gracias, quizás, a la no muy larga temporada que pasó en la Universidad de Salamanca, Cortés descubrió muy pronto el poder que la escritura y la imprenta tenían en ese momento para difundir noticias e imágenes. Por ello utilizó las letras para publicitarse. Entre 1519 y 1526 escribió lasCartas de relación, un conjunto de informes dirigidos al emperador Carlos Ven los que relataba la conquista de México entre 1519 y 1521, y explicaba cómo había gobernado luego el país, justificando sus acciones y su proyecto político. Así logró que su visión quedase como la versión oficial de lo acontecido en México.

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Con las Cartas, Cortés forjó su imagen de héroe renacentista, culto, brillante en la guerra, llamado por Dios y por su rey a una misión irrenunciable y que debería ser imitado. Mostraba, además, cómo se había dejado fascinar por los pueblos y territorios conquistados, y expresaba con hechos y palabras su intención de fundar un nuevo mundo mestizo. Aunque en 1527 la Corona lo apartó del gobierno de las tierras conquistadas, él dejaba un relato que miraba a la eternidad. Por si su escritura no fuera suficiente, pagó a López de Gómara para que escribiera una Crónica de la conquista de Nueva España que resaltara su liderazgo y protagonismo. Incluso Bernal Díaz del Castillo, que reaccionó ante los relatos hagiográficos y personalistas de Cortés con una crónica mucho más coral en la que el mérito del éxito frente a los mexicas se repartía entre todos los conquistadores, no pudo negar su admiración, y con frecuencia calificó a Cortés con superlativos y lo llamaba héroe.

La leyenda del conquistador

Seguramente éste fue uno de los escasos éxitos que perduraron en Cortés, pues, como escribió Díaz del Castillo, «en cosa ninguna tuvo ventura después de que ganamos la Nueva España». El conquistador perdió el gobierno de México, le fueron embargados sus posesiones y dineros, el emperador le negó favores y nuevos cargos, y fracasó en su expedición a Honduras y en sus exploraciones por el Pacífico. Aun así, dejó una ola de fascinación para la posteridad. Al igual que otros grandes conquistadores del pasado –Alejandro Magno, Julio César o Napoleón–, historiadores antiguos y modernos, de uno y otro lado del Atlántico, quedaron seducidos por Cortés, y casi todos sus biógrafos han sido atrapados por el personaje.

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Un ejemplo de cómo se construyó la leyenda de Hernán Cortés lo ofrece el famoso episodio de la quema de los barcos. Quema que jamás existió. Cortés supo hacer muchas veces de la necesidad virtud y en 1519, cuando alcanzó la costa de Veracruz para emprender la conquista del Imperio azteca, los barcos con los que partió de Cuba estaban en tan mal estado que sólo tres de los diez que zarparon podían ser conservados para navegaciones futuras.

Cortés tomó entonces la decisión de desguazarlos, con lo que se cerraban las posibilidades de regresar para quienes no deseasen continuar el avance hacia México o se sintiesen ligados jurídicamente al gobernador de Cuba, Diego Velázquez, a quien Cortés había desobedecido al partir sin su licencia.

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Con las tablazones, jarcias y aparejo de losbarcos se construirían los bergantines que tan decisivos fueron en la toma definitiva de Tenochtitlán en agosto de 1521. Ésta fue la realidad, que el propio Cortés ratifica en sus Cartas de Relación, pero que el tiempo y un error gramatical convirtieron en mito. En efecto, el cronista Cervantes de Salazar confundió la palabra «quebrando» los barcos por «quemando», y así las naves se hicieron fuego y del humo salió la sagacidad y el heroísmo del líder. Biógrafos y cronistas posteriores interpretaron la quema de las naves como un rasgo más de la brillantez y visión del conquistador.

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Más allá de la propaganda y la leyenda, no cabe duda de que Cortés demostró a lo largo de sus campañas notables dotes de mando. Persuasivo, entusiasta y con una gran oratoria, supo usar estas habilidades con sus hombres, a los que logró movilizar rápidamente en Cuba, a pesar del desacato que estaba cometiendo respecto al gobernador Diego Velázquez. Y esas mismas cualidades fueron clave también para conducir a sus hombres hasta el corazón del Imperio azteca y para lograr la lealtad de muchos jefes nativos, que unieron sus batallones a las huestes hispanas tras haber sido derrotados o convencidos.

Dotes de liderazgo y seducción

Cortés no era un gran estratega militar y carecía de experiencia en el campo de batalla cuando inició la conquista de México, pero supo rodearse de experimentados militares y se dejó aconsejar por ellos. Su poder residía en su capacidad de persuadir y motivar a la tropa. Cortés dio muestras de liderazgo claro y de un gran dominio de sus hombres en los momentos más difíciles, como la huida de Tenochtitlán durante la Noche Triste del 30 de junio de 1520, en la posterior batalla de Otumba, en el cerco de Tenochtitlán en la primavera de 1521 o en la desastrosa expedición a Honduras en 1524.

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Además, el extremeño poseía una extraordinaria capacidad negociadora, como demostró en sus tratos con los indígenas. Al poco de penetrar en territorio azteca descubrió el descontento de muchos pueblos frente a los tributos, los servicios militares y la entrega forzosa de esclavos y vírgenes que les imponían los soberanosde Tenochtitlán.

Así, Cortés firmó un pacto de amistad con una treintena de tribus totonacas de los alrededores de Cempoala, que ofrecieron a Cortés hasta 1.300 soldados a cambio de la libertad una vez derrotados los mexicas (pacto que Cortés nunca respetaría). Poco después, tropezó con los tlaxcaltecas.

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Aunque primero los derrotó en el campo de batalla, luego supo pactar con ellos para que le proporcionaran ayuda militar. Para el definitivo asedio de Tenochtitlán se aseguró también el apoyo de los cholutecas, viejos enemigos de los mexicas, y del ejército de Iztlilxochitl de Texcoco, la segunda ciudad más grande de Mesoamérica, así como de multitud de pueblos y tribus hastiados de la brutalidad de los mexicas.

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El propio Moctezuma, emperador de un vasto imperio, educado para la guerra, se quedó paralizado ante la llegada de los españoles. Creyó que aquellos extranjeros confirmaban el relato del regreso de Quetzalcóatl, la gran divinidad de los aztecas. Cortés supo aprovechar esa parálisis para entrar en la capital y dominar al emperador. Si para los nativos el regreso de su dios era el signo del final de un ciclo, Cortés se comportó como el nuevo dios, anunciando el fin de una era. Fue una lástima para él que estas habilidades diplomáticas no surtieran el mismo efecto con los funcionarios de la Corona, ni con Carlos V, que terminó despojándolo de su autoridad.

Hernán Cortés era un seductor nato; de mujeres y de hombres. Mucho se ha escrito de sus capacidades amatorias y conquistas femeninas. Era insaciable y nunca se comportó como un caballero. Utilizó a las mujeres para sus propios propósitos o deseos y luego se desprendió de ellas sin vacilación o nostalgia.

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Un ejemplo característico es el de doña Marina, la Malinche, una joven indígena que lesirvió de intérprete y se convirtió en su amante, y a la que casó más tarde con uno de sus soldados. En la gran mansión de Cuernavaca, Cortés llegó a tener un harén de cuarenta mujeres –nodrizas, criadas, damas de compañía, tanto indígenas como españolas– con las que mantuvo relaciones sexuales de forma indiscriminada.

Todas convivían con su segunda mujer, Juana de Arellano y Zúñiga, a la que sólo veía para hacerle hijos, y a la que dejó abandonada, en 1539, cuando viajó a España. Nunca volvió a verla. Por otro lado, tras ahorcar en la selva hondureña a Cuauhtémoc, el último soberano azteca, en 1525, se amancebó con su mujer, Tecuichpo, la convirtió en su amante y en la madre de uno de sus múltiples hijos ilegítimos, Leonor Moctezuma Cortés. Luego se olvidó de ella para siempre.

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Del mismo modo, en el curso de sus campañas de conquista protagonizó actos que avalan la leyenda negra que lo acompaña. Como todo hombre ambicioso, Cortés fue egoísta, cruel y traicionero. No le tembló la mano para eliminar a sus enemigos, como descubrieron a su pesar Diego Cermeño y Juan Escudero, partidarios del gobernador Velázquez, a los que hizo ahorcar poco después de desembarcar en Veracruz.

Crueldades y mentiras

Cortés cometió excesos con los nativos y permitió algunas matanzas. La más desgraciada fue la de Cholula, en la que murieron más de cinco mil nativos a manos de los soldados españoles y de sus aliados tlaxcaltecas, que organizaron un ataque por sorpresa por temor a que los de Cholula se unieran con las tropas de Moctezuma.

Tras la huida de la Noche Triste, Cortés decidió mostrarse implacable; para castigar la rebeldía de las gentes de Tepeaca ordenó quemar a 60 caciques en presencia de sus hijos y condenó a la esclavitud a todos los habitantes. Luego destruyó e incendió la hermosa Tenochtitlán innecesariamente. Más tarde, Cortés pasó por alto los desmesurados castigos que Gonzalo de Sandoval ordenó en Pánuco contra los indígenas en 1524. No recompensó a muchos de sus hombres como debía ni reconoció sus méritos.

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Ejemplo sangrante fue el de Martín López, el «ingeniero naval» que construyó los bergantines para atacar Tenochtitlán, pagando para ello 6.000 pesos de su popio bolsillo. Cortés le prometió una gran recompensa en dinero, tierras y hasta un marquesado, pero López sólo recibió una pequeña y pobre encomienda y algunas casas, por lo que llevó a juicio a Cortés para recuperar la deuda de 6.000 pesos; finalmente sólo cobró una parte, abonada por la Corona. Del mismo modo, Cortés utilizó para sus propios intereses a los jefes nativos, a los que sometió a cambio de riquezas y promesas incumplidas.

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Resistente y con gran capacidad de improvisación, Cortés hacía siempre de la necesidad virtud y extraía el lado más positivo de las circunstancias, por desfavorables que fueran. Puso el mismo entusiasmo en todas las empresas que acometió en su vida, y fue este señalado optimismo vital lo que le permitió encarar sus fracasos con desparpajo y fe.

Gobernante frustrado

Durante varios años, Cortés se lanzó a la empresa de construir un México castellanizado y católico, pero también con rasgos muy claros de su esencia indígena. No deseaba reproducir la sociedad y la cultura de la que procedía, sino inventar un nuevo mundo con lo mejor de las culturas nativas y de su España natal. Significativo es el nombre con el que bautizó aquellas tierras: la Nueva España. Desde el primer momento se preocupó por la construcción de ese territorio mestizo. Logró que, una vez derrotada la alianza de Tenochtitlán, la mayoría de jefes y caciques indígenas colaborasen con él de forma pacífica y voluntaria en el gobierno. Con su ayuda fundó ciudades, restauró caminos, exploró nuevos territorios, inició la agricultura y la ganadería intensivas de plantas y animales europeos, y creó una nueva organización administrativa.

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En 1528, enemistado a muerte con los funcionarios llegados de España, Cortés regresó a la Península para dar explicaciones ante Carlos V y la justicia. Se le nombró marqués del Valle, pero se embargaron sus bienes y se le apartó de la gobernación de los territorios conquistados.

Cuando dos años más tarde regresó a México, lo hizo sin cargo político alguno. Se instaló en Cuernavaca y comenzó una nueva vida de empresario y explorador. Era rico, pero carecía de liquidez. Tampoco le importó.

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Se imaginaba a sí mismo como un gran mercader de la Italia del Renacimiento: se convirtió en un incansable hombre de negocios, ya fuera en el sector inmobiliario o en la agricultura, la ganadería o la minería. Pensó incluso en explorar el Pacífico, con la ambición de alcanzar China y las Molucas, trazar nuevas rutas comerciales y encontrar un paso hacia el Atlántico Norte. Pero salvo una flota que llevó ayuda a su primo Francisco Pizarro para la conquista de Perú, todas sus singladuras acabaron mal. Decepcionado y sintiéndose maniatado por el virrey Antonio de Mendoza, regresó a España en 1540 para buscar el apoyo del emperador.

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Sus últimos años serían una pugna desesperada e inútil por obtener justicia; «mi trabajo aprovechó para mi contentamiento de haber hecho el deber, y no para conseguir el efecto de él, pues no sólo no se me siguió reposo a la vejez, mas trabajo hasta la muerte», escribió en su última carta a Carlos V. Quiso todavía emprender un último viaje a México, pero expiró en Sevilla en 1544, a los 62 años.

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